PANTER VITA ECO
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A través de la trama de la película ‘El planeta de los simios’, Bricolador Enmascarado reflexiona sobre la evolución de los comercios ferreteros, cada vez menos cercanos con la realidad de sus clientes.

Una de las películas míticas de ciencia ficción es ‘El planeta de los simios’, siendo un referente en su género. Se trata de un filme de 1968, dirigido por F. J. Schaffner con un reparto de lujo: Charlton Heston, Roddy McDowell, Kim Hunter, Maurice Evans y James Whitmore. Nos narra la historia del astronauta George Taylor, quien junto a su tripulación tiene un aterrizaje forzoso en un planeta habitado por simios inteligentes. Estamos en un futuro supuesto, en 1974, tras estar en periodo de hibernación, después de un viaje de 18 meses con velocidades cercanas a la de la luz.  Los tres astronautas consiguen sobrevivir. Se han estrellado en un lago del que logran salir y creen haber aterrizado en un planeta desconocido en el supuesto año de 3978. Han pasado 2006 años viajando y marchan por un desierto hasta poder llegar a un oasis.

Mientras se bañan en el lago del oasis, sus ropas y provisiones son robadas por unos humanoides. Cuando intentan recuperarlas, son capturados por unos gorilas a caballo y con armas. Uno de los astronautas es asesinado, otro queda inconsciente y un tercero queda herido y no puede hablar. Junto a ellos hay una mujer humanoide también capturada. Mientras, Zira, una chimpancé científico, intenta poder comunicarse con el astronauta herido. Intentará por todos los medios demostrar que es inteligente, que habla, que no es como el resto de los humanoides que no pueden articular palabra. Cosa que no interesa al general Zaius.

Taylor intenta por todos los medios saber qué ha pasado, por qué en ese mundo mandan los simios y los humanos son sus animales, sus criados, sus mascotas. No tiene lógica, si el hombre había evolucionado desde el simio, cómo es que ahora el simio es quien manda. Es como si todo se hubiese invertido. Como si el mundo hubiera involucionado. Es algo ilógico. Hasta que, en su huida hacia la zona prohibida, consigue llegar al mar. En ese momento cree que ya está libre, pero encuentra la trágica respuesta a todas sus preguntas. En esa playa, puede ver a la estatua de la libertad semi enterrada en la playa, por lo que sus temores eran ciertos. Ese planeta desconocido no era otro que la propia tierra, donde ahora el hombre no es el rey del planeta, sino un animal más.

La verdad es que es una realidad muy cruel, muy extrema. Pero realmente la pregunta hacia dónde estamos llevando nuestro mercado. Venimos de una evolución del comercio de barrio, minorista, en el que conocía a todos sus clientes por sus nombres, por qué tipo de pilas usaba el abuelo para su radio para poder escuchar a su equipo preferido. O de qué medida era el filtro de la cafetera de la madre de Pedro la del segundo b del número 36 de esa calle.

Venimos de un comercio con alma, con luces que daban calor y seguridad en las calles. Uno que nos mostraban como alguien trabajaba horas y horas para dar un servicio a sus vecinos y amigos, además de dar un consejo sabio y certero sobre los productos y soluciones que siempre nos hacían faltan. Eran la farmacia del hogar, del jardín, con bata azul en vez de blanca.

Ahora estamos transformando nuestras calles en tiendas y establecimientos fotocopiados de unas ciudades a otras sin alma propia. Lugares en los que si entras a preguntar por una calle o un bar del barrio, ni los conocen, aunque estén a la vuelta de la esquina. Estamos en una evolución de tiendas que cierran porque no hay nadie que quiera seguir el negocio. Las jubilaciones son una plaga de un comercio con ya demasiados años a las espaldas en los que los hijos e hijas no quieren trabajar los fines de semana, múltiples horas, sin tener su espacio, sin tener que depender de si venden o no.

Muchos de estos negocios ya no pueden seguir más allá de sus propietarios, ya cansados, ya con muchas historias a sus espaldas. Ven con tristeza que no habrá más generaciones de sus familias que den continuidad a sus empresas. O bien otros que han de cerrar por no poder rivalizar con competencias que son muy superiores a ellos y sin tener la ayuda de las administraciones, ahogados por leyes desiguales. Por administraciones que no quieren ayudar a ese tejido empresarial que ilumina las calles por las noches.

Es cierto que muchos no saben lo que han de saber de sus negocios, de su gestión. Además quieren caminar solos en un camino en el que necesitas una mano amiga que te de información, que te ayude en como salvar tantos baches en ese difícil camino. Negocios que no han sido pintados en décadas, con escaparates de hace 10 años, con blíster amarillos, con esa frase siempre en la boca, “no me lo han pedido aún” o “a mí me vas a enseñar después de 30 años”. Todo cambia a la velocidad de la luz, a esa vertiginosa velocidad que los deja fuera de todo mercado.

Estamos perdiendo tejido empresarial, cambiamos empresarios por obreros de horas vacías que no saben dar respuesta a simples preguntas de consumidores.

Los simios están controlando el planeta mientras que a los pocos humanoides que quedan no les resta mucha voz para ser escuchados. Algunos buscan ayuda, se unen entre sí. Otros creen que pueden cruzar ese desierto solos, pero al final del desierto no hay un oasis salvador, solo simios grandes que van a caballos y que te harán prisionero con sus redes.

Busquemos cómo romper ese círculo para salvarnos. Si no, acabaremos en esa playa de rodillas y derrotados frente a esa estatua que será la que nos diga “ya estas fuera de este mercado”. Esperemos que ese futuro solo sea ficticio y no la cruda realidad que, en breve, haga que la evolución se vuelva en nuestra contra en este planeta de simios ya muy humanos.

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